Desde pequeño, la lectura no fue un refugio natural para mí. No es que tuviera dificultades para leer, pero los libros que llegaban a mis manos, ya fuera en casa o en el colegio, nunca lograron despertar mi interés. La excepción, si acaso, fue El pirata Garrapata, una historia que consiguió divertirme, aunque sin llegar a encender del todo la chispa de la pasión lectora. Durante años, los libros fueron solo un objeto más en mi entorno, hasta que, con 14 o 15 años, descubrí a Stephen King. Recuerdo It como el primer libro que realmente me atrapó, el primero que me hizo leer con verdadera avidez, sumergiéndome en sus páginas hasta perder la noción del tiempo. Aquel libro no solo me aterrorizó, sino que transformó por completo mi visión de la lectura: dejó de ser una tarea escolar para convertirse en una puerta a otros mundos. A partir de ahí, devoré novela tras novela del inagotable King, hasta que en mis manos cayó El señor de los anillos. Con Tolkien, mi amor por el misterio dio paso a la fantasía épica, y poco después a la ciencia ficción.
Ya en la universidad, tras años de lectura menos apasionada, sentí la necesidad de descubrir algo nuevo, de explorar más allá de la ficción. Le pedí consejo a un compañero y su recomendación me llevó a un libro que cambiaría mi forma de entender el conocimiento: Los lagartos terribles y otros ensayos científicos, de Isaac Asimov. Hasta ese momento, jamás había leído divulgación científica, y mucho menos con el entusiasmo con el que devoré aquellas páginas. La lucidez de Asimov me reveló un universo fascinante donde la ciencia no era un conjunto de datos áridos, sino un relato vibrante y apasionante. Aprendí sobre temas tan dispares como la refracción de la luz, la formación de las galaxias y la fotosíntesis con una claridad que ningún centro de estudios había conseguido transmitirme. Asimov no solo me enseñó sobre ciencia, sino que me abrió las puertas a otros grandes pensadores: Stephen Hawking, Einstein, Newton... Desde entonces, la divulgación se convirtió en un nuevo pilar en mi biblioteca, recordándome que el conocimiento, cuando se cuenta bien, puede ser tan emocionante como cualquier historia de ficción.
Mi admiración por Asimov nunca se apagó. De hecho, mi hijo mayor se llama Isaac en su honor. A día de hoy, sigo leyendo cada libro suyo que cae en mis manos, ya sea de ciencia, historia o ciencia ficción. Sin embargo, hubo un momento en el que otro género vino a sacudir mi manera de ver el mundo, esta vez en un ámbito muy concreto: mi relación con el dinero y el comercio. Dos libros en particular marcaron un antes y un después en mi forma de entender la economía personal: Padre rico, padre pobre, de Robert Kiyosaki, y El hombre más rico de Babilonia, de George S. Clason. Ambos me enseñaron lecciones fundamentales sobre el valor del dinero, la inversión y la importancia de la educación financiera, conceptos que, hasta entonces, parecían estar reservados solo para expertos. Estos libros sumados a un par de conferencias que ví de casualidad del profesor Miguel Anxo Bastos despertaron mi interes por aprender y redescubrir la economía. Escuchar al profesor Bastos fue como abrir una nueva ventana al mundo, esta vez al pensamiento económico y político. Sus ideas sobre el libre mercado y el papel del Estado me hicieron replantearme muchas de las creencias que hasta entonces había dado por sentadas. Indagar en este tema me hizo descubrir al doctor Jesús Huerta de soto y sus Lecciones de Economía.
Con el tiempo, mi curiosidad por el conocimiento me llevó a otro pilar fundamental: la filosofía. Fue a través de libros como Manual de vida, de Epicteto, Cartas a Lucilio, de Séneca, y Meditaciones, de Marco Aurelio, donde descubrí la atemporalidad del pensamiento estoico. Lejos de ser meros textos antiguos, sus enseñanzas siguen teniendo hoy tanto o más peso que en su época, como si los siglos no hubieran hecho más que reafirmar su sabiduría. Comprendí que las preocupaciones humanas han cambiado poco y que en aquellas páginas se encuentran respuestas prácticas y profundas para la vida moderna.
Actualmente, me encuentro explorando a Platón, otro gigante del pensamiento que sigue iluminando nuestra comprensión del mundo. Pero fue gracias a Usted se encuentra aquí, de Fabián C. Barrios, que logré ordenar las distintas corrientes filosóficas griegas y sus autores, dándoles un sentido más claro dentro del gran mapa del pensamiento. La filosofía no deja de sorprenderme, desafiándome a reflexionar, a cuestionar mis ideas y, en definitiva, a seguir creciendo. Con cada lectura, mi pequeño mundo se expande un poco más, recordándome que el aprendizaje es un viaje sin final.